domingo, 12 de julio de 2020

¿Qué nos hace suponer que los sectores habitualmente afectos a priorizar lo individual frente a lo colectivo modifiquen sus posicionamientos?
Nuestra historia abunda en hechos dolorosos de los más sutiles a los más sangrientos, cuyos ideólogos o ejecutores han sabido sortear escollos para que la lejana mano de la justicia nunca pudiera afectarlos.
 Atropellos, degüellos, bombardeos, fusilamientos, torturas, desapariciones, excusas, escraches, linchamientos. Víctimas y victimarios idénticos. Siempre los mismos.,
En el centro del escenario siempre danzó el odio. Un odio visceral escondido detrás de argumentaciones políticas, económicas, culturales o religiosas. Un odio al hedor, a los rasgos originarios de los rostros, a los mocos de los chicos pobres, a los ranchos de chapa, a las caras sucias, a las "sirvientas", a las villas, a los inmigrantes (pobres), a las putas y los putos (pobres).
Siempre danzó incólume el desprecio a todas aquellas prácticas y costumbres de la rancia oligarquía que, a través de años de dictaduras y de dictablandas han sabido penetrar la cultura para extenderse a quienes, ajenos a esos orígenes, aspiraron a serlo o se creyeron pertenecientes a él.
  En esa cultura vivimos. Como dijera John Lennon "vivimos en un mundo donde nos escondemos para hacer el amor...aunque la violencia, se pŕactica a plena luiz del día".

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